La conquista romana de la península se inicia en la segunda guerra púnica contra Cartago por el Mediterráneo occidental y se completa ya en tiempos de Augusto. Se desarrollo en tres fases:
La conquista de la fachada mediterranea y de los valles del Ebro y del Guadalquivir (218-170 a.C.) Roma, alarmada por la expansión cartaginesa, decidió intervenir en la Península enviando las legiones al mando de los hermanos Escipión. Pero fue entre los años (210-170 a.C.) cuando se logró el éxito: Publio Cornelio Escipión, el joven, conquistó Cartagena y dominó el valle del Guadalquivir. El ejercito romano aseguró el control del valle del Ebro. Los romanos dividieron el territorio en dos provincias: Citerior y Ulterior.
La conquista de la Meseta. Entre (155-133a.C) se desencadenaron las guerras celtíberas y lusitanas. En la parte occidental, los lusitanos, dirigidos por el caudillo Viriato, emplearon la guerra de guerrillas, que prolongó durante 11 años hasta que su líder fue asesinado y la región sometida. Más al Norte, las tribus celtíberas del valle del Duero, arévacos y vacceos, mantuvieron una dura lucha contra las legiones hasta la rendición de la ciudad arévaca de Numancia.
La conquista del Norte Penínsular (27-19a.C.) fue dirigida por el propio emperador Octavio Augusto, a través de las guerras contra cántabros, astures y galaicos. Con ella se hizo efectivo el dominio de todo el territorio peninsular, incluidas las minas de oro del noroeste. Augusto dividió Hispania en tres provincias: Bética, Tarraconense y Lusitania.
La presencia romana originó la introdución en España, de forma gradual, de la lengua latina, el derecho, religión, arte y costumbres que dieron lugar a la romanización o asimilación de la cultura romana.
La romanización fue un proceso desigual en la Peninsula por el diferente desarrollo. Se trasmitió por medio de las ciudades y de una gran red de calzadas. Fue más rapida en el sur y la costa mediterránea, más evolucionadas al contacto de los colonizadores. La aristocracia local colabora con los romanos. Las más romanizadas obtenian antes los derechos civiles y políticos. Por el contrario, la franja cantábrica y el interios de la Meseta recibieron la romanización de forma lenta y las ciudades eran escasas y pequeñas. Nos dejaron numerosas obras públicas: acueductos, puentes, teatros, anfiteatros, templos o arcos de triunfo.
El latín se usó primero para documentos oficiales, luego se hizo popular y fue el mayor vínculo romanizador. De él derivan las lenguas de la Península, escepto el vasco. Con el latín vino el derecho romano. En los siglos I y II d.C. Hispania se romanizó hasta el punto de aportar a Roma escritores hispanos que se expresan en latín como Séneca, Marcial, Quintiliano y emperadores de orígen hispano como Trajano, Adriano o Teodosio. Los romanos trajeron los dioses olímpicos, la tríada: Júpiter, Juno y Minerva y más tarde el cristianismo, por el Edicto de Milán de Constantino en el 313 d.C. Otras aportaciones fueron las villas agrícolas ya que la base económica era la agricultura y la tierra símbolo de prestigio. Crearon escuelas primarias y aportaron tambien monedas y artesanía.
Hola, Azahar:
ResponderEliminarUna alumna mía de Latín de Primero de Bachillerato ha citado esta entrada tuya para un trabajo de romanización. Supongo que te alegrará saberlo.
Al consultarla, veo que forma parte de un blog que dedicáis a la historia, por el cual os felicito.
Pero observo que se te han escapado faltas de ortografía y de puntuación que sería mejor que corrigieras. ¿No crees?
Gracias de todos modos por tu aportación.
Carmen Cuesta Albertos
IES Juan de Herrera
San Lorenzo de El Escorial (Madrid)
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